A pedir de boca. La costumbre de comer buñuelos de viento tiene un origen muy generoso: por cada uno, salvas un alma del purgatorio.
Tócala otra vez. La figura del ángel exterminador del cementerio de la Almudena (Madrid) toca cada año su trompeta. Quien la oye tiene los días contados.
La isla del miedo. En la laguna de Peñalara (Madrid) emerge un islote con el espectro de una joven que se ahogó allí al intentar salvar un cordero. Quien nade hacia él se ahogará también.
No te mires, no te mires. Si a las 12 de la noche del 31 de octubre te miras al espejo a oscuras, y alumbrado con una vela, verás tu muerte.
Tu fecha de caducidad. En la comarca de la Cerdanya creen que si pegas la oreja sobre una tumba, el alma del finado te dirá qué día morirás.
Arácnido vidente. En Manresa se dice que una araña negra que salga esa noche es el alma de un condenado por el diablo, que regresa para traer funestos presagios.
Ruido infernal. En las ruinas del convento templario cercano a Trébagos (Soria), los esqueletos envueltos en sudarios vagan por los alrededores y golpean sus espadas y armaduras para provocar miedo.
Noche en blanco. Si hay luna llena esa noche, en Castellar del Vallès (Barcelona) no salen a la calle: los difuntos aprovechan la claridad para visitar los lugares que conocieron.
Vigilancia. El cementerio inglés de Málaga es guardado por el último difunto enterrado. Esa noche se le puede ver haciendo su ronda.
Por este orden. Las almas de los niños vuelven al mundo desde las ocho de la mañana al mediodía. La de los adultos, de 20 a 24 horas.
Endulzar el miedo. Los huesos de santo se parecen a las tibias, y la forma de presentarlos, a los relicarios. Comerlos protege del susto.
El gran velorio. En algunos pueblos de Castilla se dejan en la puerta de casa un cirio por cada familiar difunto, para que no molesten.
Fruta del tiempo. En el siglo XVIII aún se creía que las ánimas dejaban castañas en sus tumbas en pago de las misas y oraciones por ellos.