viernes, 15 de octubre de 2010

Las últimas horas de Companys (I)


Esta madrugada ha hecho 70 años que el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, fue ejecutado en el foso de Santa Eulàlia, en el castillo de Montjuïc, en cumplimiento de la condena a muerte "por rebelión militar" (cuesta creerlo pero es cierto, el presidente de Catalunya, región puntera de la Segunda República española, legalmente establecida, fue asesinado por los sublevados golpistas por un delito que jurídica y metafísicamente no cometió) a que fue sentenciado el día anterior por un tribunal militar, en consejo sumarísimo de guerra que apenas duró una hora (desde que fue detenido en Francia por la policía militar alemana, no la Gestapo, ya estaba sentenciado a muerte). El líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) murió, según él dejó escrito, "sin una pizca de rencor" (íntegro hasta el último momento). Las últimas horas del presidente Companys son un ejemplo de dignidad, al margen de los desaciertos que como político y gobernante cometió durante sus seis años como presidente de la Generalitat, en unos tiempos convulsos y como responsable, él también, de una guerra que no quiso pero que tampoco evitó. Aquella dignidad y la forma en que los vencedores le sometieron a juicio injusto y, por tanto, a una condena injusta, han elevado a Companys a la categoría de héroe, más allá de las críticas que mereció como gobernante. La noticia de la condena de Companys fue vetada por la censura. Aprobada la sentencia, fue notificada a Companys, que entró en capilla. El defensor mandó un telegrama urgente al general Franco pidiendo el indulto. Después prometió a las hermanas del president que gestionaría un "pase" para que pidieran despedirse de su hermano. a la caída de la tarde, las tres hermanas se personaron en el castillo para intentar ver al president. El juez militar les concedió permiso para abrazar a su hermano, con el que estuvieron tres horas, hasta la una de la madrugada. Una vez las hermanas abandonaron el recinto, Companys fue visitado por el padre castrense, Josep Maria Planes, y un jesuita del que aceptó el auxilio espiritual. Después de confesarse, asistió a misa y comulgó. Acto seguido pidió pan y chocolate de Agramunt y tomó dos copas de coñac. La hora de la ejecución estaba señalada para las seis de la mañana, aunque hubo que demorarla para esperar a que amaneciera.

Información obtenida de 'La Vanguardia' del día 14 de octubre del 2010 (mañana escribiré la segunda parte).

No hay comentarios:

Publicar un comentario