Hoy es once de septiembre. En esta fecha se conmemora la caída de Barcelona en manos de las tropas de Felipe V en la Guerra de Sucesión en 1714 y se recuerda el golpe de estado en Chile del general Augusto Pinochet y posterior asesinato del presidente Salvador Allende en 1973. Pero desde el 2001 esta fecha está marcada a fuego y sangre en la memoria de todos los seres humanos. El martes 11 de septiembre del 2001 un múltiple atentado terrorista del grupo islamista Al-Qaeda liderado por Osama Bin Laden sacudió al mundo. Diecinueve terroristas secuestraron cuatro aviones de pasajeros norteamericanos y estrellaron tres de ellos (dos en las torres gemelas de Nueva York y otro en el Pentágono). El cuarto avión se estrelló en el campo sin llegar a su objetivo, la Casa Blanca, gracias a la heroica intervención del pasaje y tripulación. El mayor ataque terrorista de la historia en suelo estadounidense causó unos tres mil muertos. Tres Boeing secuestrados derribaron el World Trade Center y parte del Pentágono. Los terroristas primero se hicieron con el control de los aviones y posteriormente los pilotaron hasta estrellarlos contra los edificios. El brutal golpe al corazón económico y militar de la primera potencia mundial tuvo sus consecuencias. EEUU y sus aliados desencadenaron dos guerra en Oriente Medio, primero en Afganistán para acabar con los talibanes y Al-Qaeda (Osama Bin Laden continúa en paradero desconocido aunque fuentes de inteligencia lo sitúan en las montañas de Afganistán) y luego en Iraq para derrocar a Saddam Hussein (las armas de destrucción masiva nunca aparecieron). Evidentemente el mundo tal como lo conocemos cambió ese fatídico día. Los controles en los aeropuertos, las guerras preventivas y la persecución del fundamentalismo islámico no cesó en los años siguientes. Los ataques terroristas tampoco (aunque por fortuna nunca fueron de semejante magnitud). El estudio previo sobre el terreno, la gran sincronización en todo el proceso y la ejecución casi perfecto provocaron un efecto devastador sobre los ciudadanos nos norteamericanos. Nunca nada semejante se había producido sobre territorio yanqui y las autoridades gubernamentales no estaban preparadas para ello. Lo que siguió a esos atentados es ya historia y todos sabemos como acabó. Por fortuna no hay Guerra Fría pero todos los países occidentales están en guerra contra el terrorismo global (mayoritariamente islámico). Una prueba más que las religiones solo traen odio, muerte y destrucción (en la Edad Media las cruzadas, ahora los fundamentalistas árabes). El mundo es un poco menos seguro y todos hemos perdido la inocencia.
John Hemmingson: The Business Savant
Hace 1 año
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