Sobre una forma de hacer historia que no es la nuestra: La Historia historizante
“Habéis oído bastantes veces repetir a nuestros mayores: ‘El historiador no tiene derecho a elegir los hechos. ¿Con qué derecho? ¿En nombre de qué principios? Elegir, atentando contra la “realidad” y por tanto contra la “verdad”. Siempre la misma idea; los hechos: cubitos de mosaicos muy distintos, muy homogéneos, muy pulidos. Un temblor de tierra dislocó el mosaico; los cubos se hundieron en el suelo; retirémoslos y, ante todo, veamos de no olvidar ni uno solo; alcémoslos todos. No escojamos… Eso declaran nuestros maestros, como si por el solo hecho del azar que destruyó tal vestigio y protegió tal otro toda la historia no fuera una elección. ¿Y si no hubiera en ella más que esos azares? En realidad la historia es elección. Arbitraria, no. Preconcebida, si. (…)
Ahora bien, sin teoría previa, sin teoría preconcebida no hay trabajo científico posible. La teoría, construcción del espíritu que responde a nuestras necesidad de comprender, es la experiencia misma de la ciencia. Toda teoría está fundada, naturalmente, en el postulado de que la naturaleza es explicable. Y el hombre, objeto de la historia, forma parte de la naturaleza. Este hombre es para la historia lo que la roca para el mineralogista, el animal para el biólogo, las estrellas para el astrofísico: algo que hay que explicar. Que hay que entender. Y por tanto, que hay que pensar. Un historiador que rehúsa pensar el hecho humano, un historiador que profesa la sumisión pura y simple a los hechos, como si los hechos no estuvieran fabricados por él, como si no hubieran sido elegidos por él, previamente, en todos los sentidos de la palabra “escoger” (y los hechos no pueden no ser escogidos por él) es un ayudante técnico. Que puede ser excelente. Pero no es un historiador.”
Fragmentos del libro 'Combates por la historia', de Lucien Febvre. Título original 'Combats pour l'histoire', Paris, Armand Collin, 1953. La presente edición en lengua castellana data de 1970, con traducción de Francisco J. Fernández Buey y Enrique Argullol. Editorial Planeta-De Agostini, 1993.
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