Los pintores flamencos del siglo XV fueron grandes observadores de la realidad, pues en sus obras intentaban representar con el máximo detalle todo lo material e inmaterial que formaba parte de su entorno (los objetos, el paisaje, la luz, etc.).Por tanto, no es de extrañar que, en lo referente a la representación de los personajes, pretendan también reflejar minuciosamente todo aquello que se puede ver en sus rostros; no se trata tan solo de reproducirlos rasgos faciales, sino que además persiguen mostrar la psicología de quien está posando. Esto les convirtió en verdaderos maestros del arte del retrato. En Flandes nace formalmente un formato prototípico de retrato que tuvo gran repercusión en Europa en el que se puede ver al retratado con menos de medio cuerpo y algo girado sobre sí mismo, sin llegar a estar de perfil. La luz que impacta en la cara procede de un lateral, cosa que permite iluminar el rostro logrando un juego de sombras y brillos que resaltan los detalles de su indumentaria (pliegues, botones, binóculos, anillos, etc.) y algunas facciones (arrugas, cicatrices, el tamaño y la forma de la nariz, etc.). Por lo general los personajes situados en primer plano se colocan delante de fondos neutros de colores oscuros que los realzan. También es constante la presencia de tocados, sombreros, joyas y todo tipo de complementos de indumentaria que identifican la posición social del retratado. En ocasiones, en la parte baja de la obra aparecen las manos, en las que se puede ver algún atributo personal (frecuentemente objetos con cierta simbología que hay que interpretar).
Fuente: DURAND, Jannic. El Gótico. Colección reconocer el arte. Editorial Larousse. Barcelona. 2006.
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