lunes, 29 de octubre de 2012

Quintín Racionero Carmona, in memoriam



Hace unos días una alumna del grupo de historia de la filosofía antigua y medieval de facebook nos dejó helados a todos. El profesor Quintín Racionero había muerto. Todos (o para no generalizar, la mayoría) conocíamos de su grave enfermedad, sin embargo la noticia nos ha sorprendido y entristecido por igual. Solo lo conocía por su participación en algún seminario y por su libro (con sus DVD) 'La inquietud en el barro'. Para no extenderme dejo el obituario aparecido en el diario 'El País'.

Al amanecer del pasado 18 de octubre ha fallecido, a los 63 años de edad, el profesor de la Facultad de Filosofía de la UNED Quintín Racionero Carmona. Esta vez, el temido cáncer no lo tuvo fácil: Quintín le plantó cara durante largos años con una valentía y elegancia difíciles de igualar. Parecía querer hacer suyas las palabras de Unamuno: “No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo”. Su resistencia nos ha llenado a todos de admiración, casi de estupor. Con total naturalidad pasaba de las duras sesiones de quimioterapia a atender a sus alumnos en el despacho de la facultad.
La verdad es que Quintín tenía muy buenas razones para desear quedarse un poco más con nosotros. Se sabía muy querido, ante todo por los más cercanos: su madre, su esposa, sus hijos, sus hermanos, toda su familia. Solía decir que todos ellos constituían su “orgullo”. Y también contábamos sus amigos. Nació con la asignatura de la amistad aprendida. Era imposible no quererle. Su final, tan injustamente prematuro y precedido de tantos años de sufrimiento, ha hecho derramar muchas lágrimas a todos los que le queríamos.
En el tanatorio, y en el cementerio, nos dimos cita los compañeros y alumnos de las dos universidades en las que ejerció la docencia: la Complutense y la UNED. En las dos se sentía como “en casa”. Y en ambas se le recordará como el excelente profesor de Filosofía que ha sido. Sus alumnos y alumnas dan testimonio de ello. Era imposible no emocionarse al verlos despedir con flores a su profesor y maestro.
Pero, además de un gran docente, Quintín fue también un magnífico investigador que dominaba a la perfección el arte de la escritura. A pesar de que, a causa de la enfermedad, su tiempo tuvo mucho de contratiempo, nos dejó textos muy valiosos. Los conocedores de Aristóteles estarán pensando, con razón, en la esmerada traducción y estudio introductorio de la Retórica. Pero existen, además, otros títulos de enorme riqueza literaria y teórica como Lo sagrado y lo perfecto. Contexto de lo divino en la antigua Grecia; Dioses, pueblos, ciudadanos; Heidegger urbanizado; Posmodernidad e historia; La noción de libertad racional en Leibniz y sus consecuencias para el problema del mal, y un largo etcétera. Sería estupendo que manos amigas reuniesen en uno o varios volúmenes tan valiosos textos.
Finalmente existe un fragmento de Heráclito que llenaba de curiosidad a Quintín. Dice así: “A los hombres, tras la muerte, les aguardan cosas que ni esperan ni imaginan”. ¿Qué querría significar el oscuro Heráclito con tan enigmáticas palabras? A lo mejor Quintín, nuestro querido Quintín, ha satisfecho ya su curiosidad. Todos se lo deseamos de corazón.

Manuel Fraijó es catedrático de Filosofía de la Religión en la UNED.

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